En vendimia ya no huele a mosto

La transformación del sector vitivinícola en Castilla-La Mancha

Por Joaquín Parra López, 14 de Septiembre de 2023

El cantautor murciano Diego Cantero, alma de Funambulista, captura la esencia de tiempos pasados en uno de sus temas más conocidos que resuena como un verdadero himno: “La vida de antes, la de la panza llena, que no hay pesambre, si la cosecha es buena”. Viene a cuento para dedicarle la letra a la conocida como Generación Z que ha crecido entendiendo que la vendimia es una labor mecanizada, un proceso rápido y aséptico que apenas altera la vida de los pueblos. Sin embargo, para aquellos que hemos nacido antes de los años 80, un simple ejercicio de memoria nos revela los notables cambios experimentados en nuestros pueblos y en la sociedad en general.

Hoy en día el característico aroma a mosto de la vendimia apenas es perceptible en Castilla-La Mancha, pese a que sigue siendo crucial para la economía de sus amplios territorios vinícolas entre los que destaca Tomelloso por ser posiblemente la ciudad que más uva procesa en todo el mundo. En pleno siglo XXI, la vitivinicultura de esta región ha experimentado una transformación tecnológica impresionante. Sus bodegas no tienen nada que envidiar a las de cualquier otra zona vinícola del planeta. Además, se ha enriquecido con la incorporación de variedades antes desconocidas, tales como riesling, gewürztráminer, syrah, touriga nacional, malbec, cabernet sauvignon, cabernet franc, parellada, viognier, chardonnay, sauvignon blanc y petit verdot, entre tantas otras.

De las  1.700.000 hectáreas en los años 60, hemos pasado a las 940.000 actuales

Esta evolución ha traído consigo un redescubrimiento de variedades olvidadas que debemos al trabajo del Instituto de la Vid y el Vino de Castilla-La Mancha (Ivicam), que ha creado un banco de genoplasma de vid. Este banco ha identificado variedades minoritarias y otras en alto riesgo de extinción, autóctonas y únicas. No me resisto a enumerar algunas por la peculiaridad de sus nombres: tinta fragoso, tinta velasco, mizancho, churriago, pintaílla, moravia dulce y agria, jarrosuelto, gallera dorada, tortosina o canamelo. Muchas de estas variedades regresan a la viña, su hábitat natural, lejos del laboratorio.

Nuestras bodegas y nuestros viticultores se embarcan ahora en vendimias que pueden prolongarse varios meses desde la recolección de las primeras uvas, como las tempranas chardonnay, hasta las más tardías como la petit verdot. Aunque ya no nos extraña, todavía podemos escuchar algún: “¿cuándo se ha visto esto?”, en boca de algunos de nuestros mayores sorprendidos de que se vendimie en agosto.

Esta transformación permite que cualquier consumidor pueda deleitarse con vinos monovarietales de uvas criadas y elaboradas en esta tierra, pero de orígenes foráneos. Esto, sin duda, ha requerido una inversión sustancial y una visión audaz por parte de cooperativistas, bodegueros y viticultores que son los que han transformado el territorio de Castilla-La Mancha. La mayoría de sus viñedos han adoptado el sistema de espaldera para facilitar la mecanización y, por ende, la vendimia. No obstante, es importante recordar que también hay viticultores que continúan realizando la recolección a mano y en cajas, independientemente del sistema de plantación. La calidad es el factor determinante para aquellos que desean incrementar el precio de venta en sus vinos.

Hace cuarenta años la vendimia dictaba la vida en nuestros pueblos. Influía, incluso, en nuestra gastronomía con platos típicos como el caldillo de bacalao con patatas, las migas o las gachas, mientras que en el ámbito del dulce destacaban las tortas de mosto. Aunque cada pueblo tenía sus tradiciones, había aromas comunes como el del aceite para lubricar las tijeras de vendimiar y el del alcohol de romero para aliviar los músculos tras una jornada extenuante. Por lo general, la vendimia solía ir a la par del inicio del curso escolar, en la segunda semana de septiembre. Vale la pena recordar que hablamos de un tiempo en el que primaba el monocultivo de la variedad airén, que llegó a ocupar casi el 9% de toda la uva recolectada en el mundo. La airén fue, a gran distancia de la siguiente, la uva más plantada hasta bien entrada la década de los 2000.

Un mal año para el campo lo era también para el resto de los sectores económicos.

Toda esta ingente cantidad de uva debía ser recolectada en un plazo de apenas un mes que se prolongaba, dependiendo del año, hasta unos días antes o unos días después de la Virgen del Pilar. Hay quien recuerda, incluso, haber visto vendimiar en los primeros días de noviembre coincidiendo con una nieve tan temprana como inusual en la meseta central.

Según los anuarios de estadísticas del Ministerio de Agricultura, en 1981 España contaba con 1.562.600 hectáreas de viñedos, de las cuales 754.000 correspondían a Castilla-La Mancha. En ese entonces, la producción nacional rondaba los 30 millones de hectólitros. El sistema de plantación implicaba que la uva se recolectara a mano, lo que daba lugar a una llegada masiva de vendimiadores a nuestros pueblos, principalmente procedentes de Andalucía. Esto suponía un aumento exponencial de población en algunos lugares.

La vendimia era en aquel tiempo una experiencia palpable, especialmente para los niños. El silencio en la población se hacía absoluto en las horas centrales del día y sólo se interrumpía por la entrada y la salida de los colegios, a los que muchos niños faltaban en las primeras semanas del curso para colaborar en casa con la recolección. El bullicio inundaba el ambiente al caer la noche y al finalizar la jornada laboral en la viña. Los vendimiadores hacían acopio de alimento para la cena y las comidas del día siguiente. No había mucho negocio para los bares y, a partir de las diez de la noche, el silencio regresaba, sólo interrumpido por algún cante jondo de los jienenses o granadinos que se desplazaban temporalmente para la vendimia. Mientras tanto, los capataces hacían filas interminables para descargar la uva en las bodegas y las cooperativas. Muchos apenas dormían ya que descargaban a altas horas de la noche y debían madrugar para ser los primeros en ponerse en marcha. En ocasiones, el propio tractor servía como medio de transporte para llevar a los vendimiadores al corte.

Numerosos bares y comercios también cerraban sus puertas porque el campo demandaba la atención de todos. Incluso entre los que no dependían directamente de la vid, las oraciones eran tan fervientes como las de los viñeros por una cosecha fructífera, pues esto implicaba gastos e inversión. Un mal año para el campo lo era también para el resto de los sectores económicos.

La actividad frenética se concentraba en las bodegas. Antaño, muchos viticultores tenían su propia bodega, lo que les duplicaba el trabajo. A partir de los años 50 se extendió el movimiento cooperativo, brindando una solución necesaria para los viticultores. Al asociarse, estos sólo se dedicaban a ser viticultores, dejando las tareas de elaboración y comercialización en manos de los profesionales. Podríamos afirmar que las cooperativas son las responsables de la profesionalización del sector del vino en Castilla-La Mancha en las últimas décadas.

Hasta la llegada de las máquinas de vendimiar, el mayor avance había sido el cambio de la espuerta por el cubo, es decir, se dejó de vendimiar en pareja para hacerlo de manera individual. De ahí surgió la figura del “cubero”, encargado de recoger los cubos y llevarlos al remolque, donde comenzó a popularizarse el “upa”, un tipo de cazo que, a pie de viña, recogía la uva y, por medio de un sistema hidráulico, se alzaba para vaciarla en el remolque. Esto coincidía con remolques cada vez más altos que aumentaban la carga de uva y reducían los viajes a la bodega para la descarga.

Esta evolución era más que necesaria. Entre los años 60 y 70, coincidiendo con la mecanización en el campo, España llegó a tener 1.700.000 hectáreas de viña plantadas. En ese entonces, se consumían 69 litros de vino por persona y año. El brandy, destilado procedente del vino, reinaba en las barras. La producción rondaba los 30 millones de hectólitros. Apenas se exportaba y no se hablaba de excedentes.

Sin adentrarnos en datos demográficos, es evidente una relación directa entre el crecimiento de la población en las capitales y la reducción de las hectáreas plantadas. Si el campo no daba para vivir, la alternativa estaba en la ciudad. De 1.700.000 hectáreas, pasamos a 1.526.000 en 1981 (754.000 en Castilla-La Mancha). En el año 2000 descendimos a 1.181.000 y así se ha ido reduciendo paulatinamente hasta llegar a las 940.000 hectáreas actuales (460.000 en Castilla-La Mancha).

A pesar de la disminución, España sigue liderando el mundo en extensión de viñedos, superando a Francia e Italia que han experimentado ajustes mucho más severos en la reducción del viñedo. Italia llegó a tener más de 4 millones de hectáreas en los años 20 y Francia más de 2 millones*. Actualmente, según datos de la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV), Francia cuenta con 812.000 hectáreas e Italia con 718.000.

Retornando la situación actual del sector vitivinícola en España, con un 44% menos de viñedos se obtienen producciones mucho mayores que llegaron a superar los 53 millones de hectólitros en 2013. La producción media se sitúa en 42 millones de hectólitros, según el Observatorio Español del Mercado del Vino (OEMV). En lo que respecta a Italia y Francia, con un 20% menos de extensión de viñedo están produciendo de media un 20% más de uva. Esos incrementos de producción se han conseguido gracias a la profesionalización del sector que se ha llevado a cabo en un período de tiempo extraordinariamente corto.

Atrás queda la vendimia tradicional que ya forma parte de la historia. Hoy nuestros pueblos no huelen a mosto, la vida cotidiana no se ve alterada, el ruido prosigue como si la vendimia no existiera, los supermercados apenas perciben la llegada de jornaleros de otras regiones y en la dieta de los meses de la recolección no se producen grandes cambios. Eso sí, se han modificado los hábitos y el consumo de vino en España ha disminuido hasta situarse en 20 litros por persona y año. Es un nuevo reto al que nuestros viticultores están llamados a responder con el esfuerzo, la audacia y la amplitud de miras que les ha permitido alcanzar un presente envidiable y a soñar con un futuro aún mejor.

*Datos obtenidos de Annual Database of Global Wine Markets, 1835 to 2018, from the ebook by Anderson, K., S. Nelgen and V. Pinilla, Global Wine Markets, 1860 to 2018

 

Joaquín Parra, Wine Up! ©2023

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