En un mundo del vino que camina entre la precisión tecnológica y la reivindicación de la autenticidad, la tinaja —esa forma de barro ovoide que pobló bodegas ibéricas durante siglos— vive una inesperada y merecida resurrección. Donde antes fue símbolo de rusticidad y atraso, hoy es estandarte de pureza, minimalismo e identidad cultural. No es un revival folclórico: es el regreso a un envase milenario que armoniza con los principios más modernos de la enología.
RECUPERACIÓN DE TINAJAS DE BODEGAS VERUM (TOMELLOSO)
La forma importa
La tinaja tradicional —heredera de los dolium romanos y las cerámicas islámicas— no es un simple recipiente. Su forma ovoide responde a una lógica precisa: resistencia estructural, circulación natural de lías durante la fermentación y eficiencia térmica. Como lo ilustran los modelos manchegos del siglo XIX, su diseño es fruto de una evolución empírica que, siglos antes del acero inoxidable o el hormigón, ya lograba fermentar con sorprendente eficacia, pero también, y a estas alturas más importante, la crianza con lías en tinaja como explica el enólogo Elías López Montero.
“Trabajar con tinajas centenarias me ha permitido llevar a la excelencia a variedades tan poco valoradas como la airén. Es el tándem perfecto.” — Elías López Montero, enólogo de Bodegas y Viñedos Verum
BODEGA ALTOLANDON
BODEGA LA NIÑA DE CUENCA
ANTONIO SERRANO VITICULTOR
BODEGAS VERUM
Un legado de arcilla y cultura
El libro “Cuatro siglos de alfarería tinajera en Villarrobledo” de María Dolores García Gómez —una obra monumental que recoge tanto la historia como la técnica— ofrece un testimonio claro: el barro fue protagonista de la vinificación durante más de cuatrocientos años. En Villarrobledo, una de las capitales tinajeras de la península, se fabricaron piezas de hasta 700 arrobas (11.200 litros), con pesos que en vacío superaban los 800 kg. Cada tinaja era una obra de ingeniería artesanal.
Su transporte y colocación, lejos de ser anecdóticos, implicaban técnicas específicas: rampas de tierra, trineos, carros de eje ancho y un ritual colectivo de enhornado y desenhornado que estructuraba incluso la vida social del barrio alfarero. No por nada, aún se conservan en el callejero de la ciudad nombres como “Alfarerías Altas” o “Tinajeros”.
“Los enólogos han convertido el barro en un material noble”
RECUPERACIÓN TINAJAS ANTONIO SERRANO VITICULTOR
De la extinción al redescubrimiento
La tinaja cayó en desuso en el primer tercio del siglo XX, arrasada por la llegada primero de los depósitos de hormigón, más robustos y sobre todo, con mucho mayor capacidad y posteriormente del acero inoxidable. Pero en los márgenes de la vanguardia vinícola, enólogos y viticultores inquietos han comenzado a redescubrir su enorme valor. Diego Morcillo, enólogo y copropietario de la bodega La Niña de Cuenca lo describe así: Las tinajas son el método tradicional más eficaz para afinar, redondear y realzar los vinos respetando al 100 %, las uvas que nos vienen del viñedo, vinos puros y auténticos.
bodega La Plazuela de Bodegas Más que vinos
También en la provincia de Cuenca, Rosalía Molina, de bodega Altolandon defiende que trabajar con tinaja es volver al origen, más cuando la tinaja ha sido fabricada con la propia arcilla de nuestros viñedos, aquí es cuando se cierra el círculo del vino poniendo en valor la autenticidad y pureza de la propia uva.
Para Antonio Serrano, viticultor y bodeguero oriundo de Villarrobledo, trabajar con Tinajas es elaborar vino como lo hacían mis abuelos, un homenaje a la familia, pero también una forma de entender la autenticidad de variedades como la airén y la cencibel.
“La tinaja vuelve. No como moda, sino como manifiesto.” — Antonio Serrano, viticultor en Villarrobledo
¿Es el barro el nuevo acero?
En tiempos de viticultura sostenible, mínima intervención y búsqueda de identidad, el barro se ofrece como una opción tan pragmática como simbólica. La tinaja no sólo permite una fermentación lenta y respetuosa: también aporta textura, transparencia aromática y una conexión directa con el suelo. No por nada, bodegas de renombre en Italia, Francia, Sudamérica o Australia han comenzado a incorporar tinajas en su arsenal enológico.
Su forma —aparentemente primitiva— es en realidad una sinfonía de funcionalidad y estética. Lo supieron los romanos. Lo perfeccionaron los musulmanes. Lo reivindican hoy quienes entienden que el futuro del vino pasa, paradójicamente, por mirar hacia atrás.